Oscuro Claro

Últimamente sufro un problema con el que quizá os sintáis también identificados. Hago mi ronda habitual de lecturas de diferentes medios de comunicación, del mismo modo que consulto que es lo que se comparte en las diferentes redes sociales. De todo ello saco muchas veces temas sobre los que debatir, compartir o escribir en este mismo blog. Sin embargo, con cada vez más frecuencia me pregunto ¿Y si esto es falso o está manipulado?

Así que siempre procuro contrastar lo mejor posible la certeza de la noticia o vídeo en cuestión comparando con otros medios o revisando qué es lo que se dice de ella en la red. Esto actúa a modo de filtro más que necesario debido a la proliferación de mucha información que al final resulta ser falsa. Pero ni siquiera la realización de este ejercicio es suficiente, ya que ese atisbo de duda sobre la información permanece. Acabas leyendo tantas versiones y recibiendo tanta información que resulta tremendamente complejo realizar un juicio de valor que no pueda dar lugar a equívoco.

Así que al final puedes decidir dos cosas: o no creerte absolutamente nada, o dar por buena la versión a pesar de no poder confirmar al 100% que sea veraz. A pesar de ser un escéptico declarado, acabo optando muchas veces por la segunda opción. Y eso implica que en más de una ocasión te acaben colando información que luego resulta ser falsa. Me pasó por ejemplo hace poco con el vídeo distribuido por S.O.S Delfines del que existen dudas razonables sobre si fue manipulado, y que a la postre ha tenido consecuencias terribles.

Que la manipulación informativa ha existido siempre no anuncia nada nuevo. Pero que esa manipulación puede alcanzar niveles de sofisticación cada vez más elevados es también un hecho. El caso del dedo de Varoufakis, que por alguna razón se me había pasado por alto y no he visto hasta hoy, creo que refleja a la perfección la facilidad con la que se puede difundir un vídeo manipulado y que millones de personas se lo crean, incluso aunque se manejen ciertos conocimientos de edición.

El quid de la cuestión va mucho más allá de lo que nos demostró Jordi Évole en su ya mítico programa sobre el 23F, donde fue capaz de engañar a media España a través de lo que al final resultó ser un falso documental. Del mismo modo en que el acceso y la distribución de la información se ha democratizado, también los métodos de engaño son más accesibles que hace unos años. Y sus consecuencias pueden ser nocivas, ya que este tipo de manipulaciones pueden llegar a provocar daños irreparables a los que la justicia no podrá responder a tiempo. La celeridad con la que se puede llegar a distribuir una información falsa que se dé por buena por parte de la comunidad de internautas es tal que dificulta mucho que se pueda tomar alguna clase de medida para aminorar el daño. Y entrar en medidas preventivas extremas implica entrar en el pantanoso mundo del control de la red por parte de los estados.

Pero es un terreno que tenemos que abordar en busca de soluciones urgentes.

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