La revista Organization ha publicado este mes un estudio cualitativo realizado por Clive Boddy, Derek Miles, Chandana Sanyal y Mary Hartog bajo el título "Extreme managers, extreme workplaces: Capitalism, organizations and corporate psychopaths". En él se sostienen una vez más las tesis que ya apuntamos en otro artículo sobre el daño estructural que produce un psicópata corporativo en el seno de una organización.

Para adentrarse un poco más en el conflicto que son capaces de generar realizaron un total de siete entrevistas a diferentes empleados que habían trabajado en algún momento con un psicópata corporativo.

Para no extender en exceso el post nos centraremos tan solo en uno de los casos expuestos, el de un manager de un departamento que acabó siendo procesado y encarcelado por fraude. Para llevar a cabo esa aproximación a su figura se entrevistó al director de Recursos Humanos de esta empresa, que pudo dar buena cuenta de las disfunciones provocadas por esta persona.

Uno de los primeros aspectos que destaca es que la rotación de puestos que se producía en dicho departamento era del 40% anual. Comparativamente, era el doble de la media de la industria en el sector, y se generaban un buen número de renuncias del propio personal. Esa rotación de personal la ejemplifica en que una de las renuncias que tuvo que afrontar le dijo textualmente: "Es horrible, no sé decir de qué modo, pero todo es horrible". 

Otro aspecto que remarcó era que la cooperación de este manager con el departamento de Recursos Humanos y el de finanzas era muy escasa. Una situación generada con el único objetivo de mantener el control total sobre su departamento, que le llevaba a instar a los empleados a su cargo a no comunicarse con los otros departamentos, obligándoles siempre a comunicarle a él todas las cuestiones que quisieran traspasar a dichos departamentos.

Del mismo modo, ese no era el aspecto más preocupante. La realidad es que, según la versión del entrevistado, el departamento del psicópata corporativo se gestionaba a través de la cultura del miedo, donde el acoso y la intimidación al personal subalterno y las renuncias forzadas de aquellos que no querían obedecer estaban a la orden del día.

El caso más relevante fue el de un miembro del departamento, que fue coaccionado, amenazado de muerte, y luego chantajeado con haber cooperado en la ejecución del fraude en la empresa, provocando en el empleado un ataque de ansiedad. Hasta tal punto llegó la situación que esta persona llegó a pensar que su vida y la de su familia corrían peligro si no hacía caso a su manager. Este empleado resultó ser uno de los testigos clave a la hora de condenar y encarcelar al psicópata corporativo.

A estas alturas, uno se pregunta cómo una persona puede llegar a un puesto como ese y hacer tanto daño a una organización sin que nadie se percate de ello o tome medidas. Las respuestas se pueden encontrar en dos aspectos que destaca el entrevistado:

1. La rapidez con la que consigue tener el control total de las decisiones del departamento. Esto se evitaría con una supervisión exhaustiva de su labor. Sin embargo, esto no se da como debiera en parte por el segundo punto.

2. Cuando el responsable de Recursos Humanos denunció a sus superiores las presuntas irregularidades que estaba acometiendo el psicópata dentro de su departamento, la respuesta de la cúpula directiva fue reactiva. Así, en lugar de revisar lo que estaba sucediendo, acusaron al director de RH de envidia. No fue hasta que no aportó evidencias suficientes que se llevó  a cabo una investigación interna de lo que estaba pasando. Esto refleja que, a la vez que destruía la empresa, era capaz de dar una imagen a sus superiores de buen manejo del departamento, liderazgo y contundencia en las decisiones. Además se le atribuía el mérito de reducir los costes del departamento y generar ahorro a la empresa. Un mérito que en realidad no era suyo, sino del empleado que fue amenazado de muerte. Sin embargo, el psicópata había conseguido aparentar que era gracias a él, un "apoderamiento" del mérito por el que incluso se le concedió un premio interno a la excelencia financiera. Hay que plantear aquí que el psicópata tuvo la habilidad suficiente para mostrar una buena imagen sobre sus superiores, si bien a la larga no fue suficiente y acabó siendo condenado. Sin embargo, su conducta generó un negocio que a la postre resultó insostenible, y cuyo daño a la marca fue irreparable.

Una mayor supervisión de cargos clave dentro de la empresa sería capaz de detectar a tiempo el conflicto y prevenir los daños dentro de una compañía. Todo pasa por hacer un poco menos de caso a los resultados económicos, y un poco más a las ganancias en calidad humana.

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La revista Organization ha publicado este mes un estudio cualitativo realizado por Clive Boddy, Derek Miles, Chandana Sanyal y Mary Hartog bajo el título "Extreme managers, extreme workplaces: Capitalism, organizations and corporate psychopaths". En él se sostienen una vez más las tesis que ya apuntamos en otro artículo sobre el daño estructural que produce un psicópata corporativo en el seno de una organización.

Para adentrarse un poco más en el conflicto que son capaces de generar realizaron un total de siete entrevistas a diferentes empleados que habían trabajado en algún momento con un psicópata corporativo.

Para no extender en exceso el post nos centraremos tan solo en uno de los casos expuestos, el de un manager de un departamento que acabó siendo procesado y encarcelado por fraude. Para llevar a cabo esa aproximación a su figura se entrevistó al director de Recursos Humanos de esta empresa, que pudo dar buena cuenta de las disfunciones provocadas por esta persona.

Uno de los primeros aspectos que destaca es que la rotación de puestos que se producía en dicho departamento era del 40% anual. Comparativamente, era el doble de la media de la industria en el sector, y se generaban un buen número de renuncias del propio personal. Esa rotación de personal la ejemplifica en que una de las renuncias que tuvo que afrontar le dijo textualmente: "Es horrible, no sé decir de qué modo, pero todo es horrible". 

Otro aspecto que remarcó era que la cooperación de este manager con el departamento de Recursos Humanos y el de finanzas era muy escasa. Una situación generada con el único objetivo de mantener el control total sobre su departamento, que le llevaba a instar a los empleados a su cargo a no comunicarse con los otros departamentos, obligándoles siempre a comunicarle a él todas las cuestiones que quisieran traspasar a dichos departamentos.

Del mismo modo, ese no era el aspecto más preocupante. La realidad es que, según la versión del entrevistado, el departamento del psicópata corporativo se gestionaba a través de la cultura del miedo, donde el acoso y la intimidación al personal subalterno y las renuncias forzadas de aquellos que no querían obedecer estaban a la orden del día.

El caso más relevante fue el de un miembro del departamento, que fue coaccionado, amenazado de muerte, y luego chantajeado con haber cooperado en la ejecución del fraude en la empresa, provocando en el empleado un ataque de ansiedad. Hasta tal punto llegó la situación que esta persona llegó a pensar que su vida y la de su familia corrían peligro si no hacía caso a su manager. Este empleado resultó ser uno de los testigos clave a la hora de condenar y encarcelar al psicópata corporativo.

A estas alturas, uno se pregunta cómo una persona puede llegar a un puesto como ese y hacer tanto daño a una organización sin que nadie se percate de ello o tome medidas. Las respuestas se pueden encontrar en dos aspectos que destaca el entrevistado:

1. La rapidez con la que consigue tener el control total de las decisiones del departamento. Esto se evitaría con una supervisión exhaustiva de su labor. Sin embargo, esto no se da como debiera en parte por el segundo punto.

2. Cuando el responsable de Recursos Humanos denunció a sus superiores las presuntas irregularidades que estaba acometiendo el psicópata dentro de su departamento, la respuesta de la cúpula directiva fue reactiva. Así, en lugar de revisar lo que estaba sucediendo, acusaron al director de RH de envidia. No fue hasta que no aportó evidencias suficientes que se llevó  a cabo una investigación interna de lo que estaba pasando. Esto refleja que, a la vez que destruía la empresa, era capaz de dar una imagen a sus superiores de buen manejo del departamento, liderazgo y contundencia en las decisiones. Además se le atribuía el mérito de reducir los costes del departamento y generar ahorro a la empresa. Un mérito que en realidad no era suyo, sino del empleado que fue amenazado de muerte. Sin embargo, el psicópata había conseguido aparentar que era gracias a él, un "apoderamiento" del mérito por el que incluso se le concedió un premio interno a la excelencia financiera. Hay que plantear aquí que el psicópata tuvo la habilidad suficiente para mostrar una buena imagen sobre sus superiores, si bien a la larga no fue suficiente y acabó siendo condenado. Sin embargo, su conducta generó un negocio que a la postre resultó insostenible, y cuyo daño a la marca fue irreparable.

Una mayor supervisión de cargos clave dentro de la empresa sería capaz de detectar a tiempo el conflicto y prevenir los daños dentro de una compañía. Todo pasa por hacer un poco menos de caso a los resultados económicos, y un poco más a las ganancias en calidad humana.

En los últimos años se ha puesto en boga el valor de la empatía y las emociones en el manejo de las organizaciones. Abanderado por Daniel Goleman, el liderazgo emocional ha pasado al fin a un primer plano a la hora de evaluar las capacidades de una persona para gestionar correctamente una organización. Sin embargo, todavía queda mucho por avanzar.

Entre 2008 y 2010, Svetlana y Marques realizaron una serie de encuestas a estudiantes de empresariales en las que pedían que valoraran, sobre una serie de 10 características, el grado de importancia que cada uno de esos valores tenía en la dirección de una organización. Esos valores eran: Inteligencia, Carisma, Responsabilidad, Visión, Autenticidad/Integridad, Pasión, Coraje, Empatía, Competitividad y Vocación. Las encuestas se realizaron en 5 cursos diferentes, y en todos ellos se desprendió el mismo resultado: la empatía era el aspecto menos valorado de todos por parte de los alumnos [tweetthis]La empatía es el aspecto menos valorado entre los alumnos de una escuela de negocios[/tweetthis].

Con esos resultados, los autores realizaron un segundo estudio, en el que pedían a estudiantes de MBA (con un perfil diferente, ya que la mayor parte de ellos conciliaban vida académica y vida laboral) por las razones por las que se habían producido esos resultados. Se identificaron, entre las encuestas, las siguientes conclusiones comunes:

1. Para los encuestados la empatía interfiere en la toma de decisiones

2. La empatía se percibe como un síntoma de debilidad

3. Escasa experiencia laboral/de vida para reconocer que la empatía es una herramienta de liderazgo poderosa.

4. Los encuestados tienden a disociar la empresa del factor humano

5. Confunden la empatía con sentir lástima

6. La empatía es fugaz, mientras las otras cualidades por las que preguntaba el estudio son más estables

7. Existe una falta de referencias, visibilidad y debate en torno al poder de la empatía en la empresa

8. Los propios encuestados presentan ellos mismos una falta de empatía

Estos ocho puntos se resumen en dos claves: los estudiantes encuestados creen que la empatía es inapropiada dentro de la empresa [tweetthis]Los estudiantes de empresariales encuestados creen que la empatía es inapropiada dentro de la empresa[/tweetthis]; y que existía entre ellos una falta de familiaridad con la empatía  [tweetthis]Estudio muestra que estudiantes de empresariales están poco familiarizados con la empatía[/tweetthis].

Unos resultados que, según los autores del estudio, se complementan con los análisis de Brown y otros (2010), cuando mostraron en diversos estudios que el perfil del estudiante de carreras relacionadas con el ámbito empresarial estaban más centrados en su propio interés que estudiantes de otros sectores. Entro otros rasgos, los estudiantes de las escuelas de negocio tendían a mentir más, eran menos cooperativos y menos dispuestos a ceder, acompañado de una mentalidad donde la falta de ética y el narcisismo tienen una presencia imperante.

Este fenómeno puede deberse en parte a que las business schools basan su formación a partir del entorno económico actual: el de un mundo agresivo y muy competitivo donde no hay lugar para las contemplaciones. Por esa razón, concepciones más críticas con el ecosistema empresarial y con propuestas diferentes donde el valor humano tiene también su peso son a menudo marginadas (aunque, como indicamos al principio, algunas escuelas de negocio están cambiando esa mentalidad).

Eso evidentemente tiene unas implicaciones directas sobre las futuras empresas que se gesten. Se ha hablado mucho de la responsabilidad que los psicópatas corporativos o organizacionales han tenido en la gestación de la crisis financiera, y por aquí ya hemos mencionado las implicaciones nefastas que implica un liderazgo llevado a cabo por personas con rasgos psicopáticos. Sin embargo, esa situación se entiende desde el momento en el que desde las escuelas formadoras no se ha prestado especial atención al enorme daño material y humano que ese tipo de conductas producen, y han focalizado la atención en proveer al estudiante de una serie de herramientas que le permitan gestionar una organización con el interés económico por encima de todas las cosas. Ello debe invitar a una reflexión sobre el papel que tienen las escuelas de negocios en los valores que pueden llegar a promover, o mejor dicho, en la ausencia de valores.

Una formación ausente de crítica al sistema, y que no incida en los efectos perniciosos de un comportamiento individualista en el seno de una organización, nunca puede ser calificado como un modelo de éxito empresarial.

Hemos hablado de líderes éticos y de líderes psicópatas, pero aún no habíamos hablado de liderazgo destructivo.

Aunque pueda llegar a confundirse con el liderazgo psicopático, en realidad tiene poco que ver. Según Aasland, Skogstad, Notelaers, Nielsen y Einarsen (2010) se considera liderazgo destructivo todo aquel conjunto de comportamientos sistemáticos llevados a cabo por un líder, supervisor o directivo  que violan el legítimo interés de una organización socavando o saboteando sus objetivos, tareas, recursos y eficacia y reduciendo la motivación, bienestar y satisfacción de sus empleados. La diferencia que radica con el psicópata es que, al contrario de éste, en ese liderazgo destructivo no necesariamente existe intencionalidad, sino que puede deberse a una falta de capacidad para gestionar adecuadamente a la empresa.

Existen cuatro tipos de liderazgo destructivo, que se combinan unos con otros en mayor o menor grado, y que pueden ser compatibles con rasgos de liderazgo que no necesariamente tienen que ser negativos. Es decir, un supervisor o director de una empresa puede tener formas de hacer las cosas que perjudiquen a su organización, pero también otras que neutralicen ese daño. Los tipos de liderazgo destructivo son:

Liderazgo tiránico

Como el mismo nombre indica, esta clase de liderazgo se basa en situar por encima de todo las metas y finalidad de la organización a costa de sus empleados, en lugar de a través de ellos. De ellos se puede esperar una forma de dirigir a los empleados que sí se asemejaría bastante a la forma de dirigir de una persona con rasgos psicopáticos. Por el bien de la empresa no tendrá problema alguno en humillar, menospreciar y manipular a sus empleados para que conseguir llevar a cabo su objetivo.

Liderazgo descarrilado

Esta clase de liderazgo destructivo es todavía peor si cabe que la primera. A ese desprecio generalizado sobre sus empleados, que se reproduce en conductas de acoso y humillación a los mismos, se da en paralelo un desprecio sobre la propia organización, incumpliendo las labores propias de su responsabilidad, y que se reflejan en prácticas como el absentismo laboral, el fraude o la sustracción de recursos de la empresa.

Liderazgo desleal

Cuando revisamos algunos aspectos del liderazgo ético incidimos en el detalle de que un directivo ético o que tuviera una preocupación especial por sus empleados, no necesariamente iba a ejercer de buen líder. Así, el líder desleal prioriza por encima de todas las cosas el conseguir el apoyo de sus empleados, incluso aunque eso provoque un perjuicio grave sobre la empresa. Se trata de un tipo de liderazgo que no esconde malas intenciones, pero que puede resultar dañino para la organización en el caso de que no sepa ver los límites de ese clima de colegueo que pretende generar, pues puede llegar a provocar lo contrario de lo que busca: el apalancamiento de sus empleados.

Liderazgo laissez-faire

Este tipo de liderazgo probablemente sea el que le resulte más familiar a la mayoría de la gente. Se trata, como el mismo nombre indica, de un líder que por su posición debería tomar decisiones, pero que en la práctica opta o bien por delegar esa toma de decisiones sobre otras personas, o mucho peor, no dejar clara de ningún modo a quien corresponde la toma de decisiones. Esto último no puede generar otra cosa que el caos dentro de una organización: ante la pasividad del supervisor o directivo, el empleado se siente frustrado por no saber exactamente a quién acudir cuando se debe resolver alguna situación. Ese dejar hacer puede generar un clima de calma relativa, pero en realidad lo que esconde es la ceguera ante los problemas que esa persona debe resolver, y que tarde o temprano terminan por formar una bola tan grande que explota en forma de conflicto. Igual que el anterior liderazgo, no necesariamente existe mala intención por parte del líder, sino que se debe más bien a una cuestión de falta de tablas para ocupar el cargo.

Según el estudio de Aasland, Skogstad, Notelaers, Nielsen y Einarsen (2010) mencionado previamente y donde se encuestaron a 4500 noruegos, el tipo de liderazgo con mayor prevalencia en este país es el del laissez-faire, con un 21,2% de encuestados que respondieron haber experimentado ese tipo de liderazgo en los seis meses anteriores. En segundo lugar se encuentra el liderazgo desleal, con un 11,5% de prevalencia, seguido del liderazgo descarrilado, con una prevalencia del 9%. Afortunadamente, el liderazgo tiránico es el menos común, con un 3,5% de prevalencia.

Y tú ¿Te has encontrado con algún jefe con esas características?

¿Sabéis qué es la tríada oscura? No, no se trata del último grupo emergente de heavy-metal  español, ni tampoco es el nombre del último reportaje de Íker Jiménez sobre espíritus malignos que te mueven los jarrones de la casa.

La tríada oscura de la personalidad es conocida en psicología como el grupo de rasgos de personalidad que connotan una serie de cualidades socialmente negativas, a saber: el narcisismo, la psicopatía, y el maquiavelismo.

En el caso que nos importa hoy nos centraremos en el campo del maquiavelismo. Para los aficionados a la filosofía política os resultará más que familiar el nombre de Maquiavelo, conocido por promover en su obra política el pragmatismo y la eficacia por encima de la moralidad, y que se resume en el archiconocido “El fin justifica los medios” (si bien dicha frase no está en realidad probada que fuera suya).

Partiendo de esa base, Christie, R. & Geis, F. (1970) desarrollaron una serie de rasgos de personalidad prototípicos partiendo de las teorías de Maquiavelo y que les llevaron a observar la existencia de personas que se amoldaban a ese tipo de comportamiento, descritas básicamente como:

  • Personas manipuladores y con tendencia a abusar de los demás
  • Muestran un desprecio cínico por la moralidad
  • Focalizan sus acciones hacia el interés propio, acudiendo al engaño si es necesario

Para detectar este tipo de personalidades crearon el test Mach-IV, test que a día de hoy sigue siendo utilizado como instrumento.

Irena, P., & Elżbieta, T. (2015) exploraron recientemente en un estudio realizado a un grupo de trabajadores polacos la relación existente entre el maquiavelismo y el acoso laboral, llegando a conclusiones que resultaron más que interesantes. En él, observaron una clara correlación entre los acosadores y un índice Mach alto. Además, dentro del estudio, y partiendo de las bases de Aquino y Lamertz (2004) Andreou (2004) y Hauge (2009), optaron por subdividir en cuatro grupos a los agentes implicados en una situación de acoso laboral:

  • Víctimas: Individuos que nunca han sido agresores.
  • Acosadores: Perpetradores de violencia que nunca han experimentado violencia sobre ellos.
  • Acosador-Acosado: Perpetradores de violencia que a la vez también la han sufrido en alguna ocasión
  • Individuos no implicados en casos de acoso

Partiendo de dicha división, los resultados mostraron una diferencia significativa en los índices de maquiavelismo entre los acosadores y los que no han estado implicados ni como agresores ni como víctimas. Los acosadores-acosados también reportaron unos niveles de maquiavelismo mayores que las víctimas y los individuos no implicados en situaciones de acoso.

Dichos resultados nos permiten discernir que existen una serie de rasgos que aumentan tanto el riesgo de ser víctima como la posibilidad de ser agresor. Hay que tener en cuenta que este tipo de rasgos por sí mismos no necesariamente dan lugar a conductas violentas, y se fomentan o inhiben en función del tipo de organización en la que uno se encuentre, tal y como vimos, por ejemplo, en los casos de organizaciones lideradas por personas con rasgos de psicopatía.

También nos permite desprender hasta qué punto la ausencia de valores éticos, tanto en una organización como en los individuos, son un factor que determina enormemente el entorno laboral en el que se trabaja. No debemos olvidar también otros aspectos como la competitividad (un ambiente de lucha por los puestos de trabajo no fomenta la cohesión, y facilita la potenciación de las personalidades con menos escrúpulos) o la concepción jerárquica de las organizaciones, puntos que también se revisan en el estudio.

Así, cuando la se tiene en cuenta la interacción entre cultura jerárquica y maquiavelismo se observa una relación de coexistencia. Una cultura jerárquica basa su actitud no tanto en el valor de la acción como en la posición del individuo. A mayor sumisión a los superiores, mayores posibilidades existen de que las conductas de acoso laboral se permitan por parte de los empleados.

Cuídate bien de trabajar con personas competitivas y inmorales, porque el día menos pensado te clavan el puñal.

Señoras, señores. Ha llegado el momento. Sí, hoy voy a hablar de algo que todos estáis deseando que explique. Sí, voy a hablar por fin de psicópatas. Hasta ahora solo lo he hecho en una ocasión puntual, concretamente para la presentación del número monográfico de Criminología y Justicia "La psicopatía en el siglo XXI: Apuntes para la reflexión", coordinado por José Luis Alba Robles. Desde entonces, si mi memoria no me falla, no he vuelto a hablar de psicopatía, primero porque no es un campo que me haya interesado sobremanera hasta ahora, y segundo porque creo que ya hay muchos y muy buenos especialistas hablando sobre el tema.

Sin embargo, me veo obligado a hacerlo siguiendo con la línea de artículos por las que estoy encaminando este proyecto de análisis de entornos laborales. Porque, efectivamente, los psicópatas están por supuesto cerca de ti. No necesariamente son violentos ni tienen planteado matarte, pero es posible que en alguna ocasión te hayas encontrado con alguno de ellos. Pueden ser tus jefes, pero pueden ser también compañeros de tu mismo rango, o incluso personas a las que diriges y que, sin embargo, son capaces de conseguir que el daño que hacen dentro de la empresa pase desapercibido.

Porque sí, tener a un psicópata en la empresa puede provocar efectos muy negativos en el entorno laboral dentro de una empresa. Por lo menos eso es lo que se desprende del reciente estudio de Clive, B. (2014) "Corporate Psychopaths, Conflict, Employee Affective Well-Being and Counterproductive Work Behaviour" aparecido en el Journal of Bussiness Ethics. En dicho estudio Clive analiza el impacto de la psicopatía corporativa, que es la que se encuentra en los altos órganos de dirección de una empresa, y que tiene unas repercusiones que van más allá de la conducta individual de la persona que dirige la empresa. Es decir, la base de la que hay que partir es que una empresa que está dirigida por alguien carente de moral y con pocos escrúpulos en su modo de actuar, los valores de esa empresa reproducirán unos patrones similares entre sus trabajadores. De todas las hipótesis planteadas, se demostró una relación significativa en las siguientes:

  • Los conflictos son mayores cuando hay psicópatas corporativos. Así, los resultados muestras que las disputas verbales entre trabajadores donde no había un psicópata corporativo eran de 8.9 episodios anuales, mientras que en las que sí lo había, nos encontramos con más 59.7 episodios de media.
  • El mobbing detectado es mayor. La cifra que refleja el estudio es más que significativa: en las empresas sin psicópatas en su dirección, el índice de episodios que se podrían considerar como acoso laboral es de 1 al mes. En cambio, en las empresas con un psicópata corporativo, la media era de 1.6 episodios a la semana. Y para dar aún más relevancia a este punto: el 97% de los que pertenecían a una empresa dirigida por un psicópata corporativo reportaron casos de mobbing, frente a un 38,5% en las empresas donde no no había indicios de psicopatía entre sus mandos ejecutivos.
  • El bienestar del trabajador en la empresa es menor.
  • El riesgo de comportamientos contraproducentes de los empleados, destinados a provocar un daño deliberadamente a la empresa, es también mayor. Hemos de tener en cuenta que nos encontramos ante un entorno laboral en el que la falta de escrúpulos y de criterios morales tiende a la ausencia, lo que acaba generando problemas de ansiedad, depresión y descontento entre aquellos empleados con un mínimo de calidad humana. Es esa razón la que lleva a que los episodios en los que el trabajador explote contra la empresa se multipliquen significativamente.

Se trata de resultados jugosos que nos indican hasta qué punto puede ser dañino que el sistema empresarial premie este tipo de comportamientos. La elevada conflictividad y crispación que pueden llegar a generar alcanzan cotas muy elevadas respecto a las que no cuentan con este tipo de sujetos. ¿Qué hacer ante una evidencia tan flagrante del daño que pueden llegar a producir? Los ciudadanos podemos trabajar para que empresas de este tipo estén condenadas al fracaso:

  1. Abandonando el puesto de trabajo en el caso de encontrarnos con una empresa donde la calidad ética esté en entredicho, y donde los valores humanos no estén nunca por debajo del beneficio económico.
  2. Dejando de consumir los productos de aquellas empresas que se encuentran en entredicho o que no realizan prácticas demasiado éticas, y premiar a las que sí lo hacen. Esa puesta en valor de todo lo que tenga que ver con una equipo de trabajo humano al final nos beneficia a todos: cada vez será más difícil encontrarnos con puestos de trabajo donde las condiciones resulten degradantes.

Por hoy ya paro, que últimamente alargo mucho los post. Pero como este tema da mucho de sí, estad tranquilos que próximamente habrá nuevas entregas.