Hoy se ha sabido que el Comité de Ética del CSIC califica de “sospechosos” dos terceras partes de los estudios de investigación publicados por Jesús Ángel Lemus, varias de ellas publicadas en revistas internacionales (por ejemplo…Science). Recordemos que las sospechas no son solo respecto al contenido de dichas publicaciones, que podrían incluir una cantidad importante de datos falseados, sino que se firmaron hasta nueve artículos conjuntamente con un presunto autor fantasma.
El debate sobre si el sistema de evaluación de artículos en las publicaciones es el adecuado vuelve entonces a salir a la luz, mostrando las carencias que tienen los sistemas de revisión estandarizados como puede ser la revisión por pares. Debate sobre el que no entraré hoy, pero del que probablemente hable más adelante (y así continuar con mi dinámica de hacer amigos). Lo que sí quería exponer en este post es un pequeño compendio de prácticas que, aunque no se puedan considerar fraudulentas, sí son, a mi entender, reprochables.
El autoplagio. Una práctica más habitual de lo que pudiera parecer, incluso entre catedráticos y hombres de referencia en sus respectivas disciplinas. Consiste en publicar nuevos artículos copiando párrafos enteros procedentes de artículos anteriores escritos por el mismo autor, añadiendo algunos párrafos nuevos pero manteniendo prácticamente la misma estructura. Y venderlo, claro está, como un artículo nuevo. Ojo, no es lo mismo que repetir temática de un artículo a otro, algo comprensible cuando alguien se dedica a ámbitos muy específicos en su investigación. Se trata directamente de auténticos copiar-pegar. Hasta ahora se ha podido hacer precisamente porque era difícil acceder a todos los artículos que pudiera publicar un autor. Pero Google (y otras herramientas más sofisticadas) hace mucho en ayudar a detectar este tipo de casos: coge algún párrafo al azar de algún autor de prestigio, y quizá te lleves una sorpresa al encontrar que dijo exactamente lo mismo en otro lugar.
El mecenas firmante. Algo bastante normalizado en todo departamento de universidad. Profesor que tiene varios alumnos delfín a los que quiere dar soporte firmando artículos conjuntos que en realidad ha escrito él solo. Y viceversa, alumnos que para obtener más prestigio piden al profesor de turno firmar un artículo conjunto. Y así, el docente cumple con su exigencia de publicaciones anuales y tiene más posibilidades de escoger las asignaturas que prefiera, y el otro tiene más puntos para soñar con una beca postdoctoral o un despachito compartido en la facultad para dar alguna tutoría integrada que no quiere dar ningún profesor. Esta práctica ya fue denunciada hace unas semanas por el mismo Enrique Dans.
Referencias valladas. En ocasiones existe una voluntad manifiesta por parte del propio autor de aprovecharse de la inaccesibilidad de algunos contenidos y datos para así hacer imposible réplica alguna sobre lo que se dice. Según parece Lemus hizo lo propio cuando se le requirieron algunos de los datos expuestos en sus estudios y puso trabas para exponerlos. Entramos entonces en el ámbito de la urgente necesidad de hacer accesibles todos los contenidos académicos: Todos los datos que se divulguen en artículos académicos deben poder consultarse.
Podría hacer un autoplagio y repetir el post nuevamente, pero creo que basta con ofrecer el enlace de ejemplo que puse hace unas semanas aquí para dar buena cuenta de cuánto nos queda para llegar a ese objetivo. Evidentemente, no todos los contenidos son accesibles: sé que no me dejarán entrar al archivo secreto del Vaticano porque yo les diga que necesito un documento para constatar que un artículo no falsea datos . Pero ahora más que nunca, hay una práctica que debería extenderse a todo el ámbito académico, que no es otra que el uso del enlace para referenciar el contenido. Es decir, que si yo digo que tal autor ha dicho tal cosa en tal revista, se deba indicar donde puedo encontrar y consultar ese texto: en tal biblioteca, en tal página web…pero siempre procurando ese enlace que lleve directamente al lugar donde se consultó o se puede consultar el texto (algo no tan difícil ya que un volúmen muy grande de artículos científicos están disponibles en formato digital). Dejémonos de cuestiones que acaban reduciendo en muchas ocasiones la evaluación de un artículo académico simplemente a su formato. Se puede hacer más y mejor.
¿Se os ocurren otras prácticas moralmente reprobables en la publicación de artículos académicos?