Oscuro Claro

“¿Alguien puede creer que es un fenómeno simplemente financiero o económico el que los multimillonarios y las entidades y las instituciones que tienen dinero de sobra para resolver todos esos problemas dediquen sus recursos a comprar y vender papel en mercados financieros que son en realidad casinos globales?

¿Se puede pensar de verdad que si España se ha dedicado en los últimos años a construir más viviendas que Alemania, Francia, Inglaterra y Francia juntas para luego dejar tantas de ellas vacías o formando monstruosidades urbanas en mitad de las playas o de los campos es sólo por una cuestión de lógica económica?

¿Nos parece de verdad que el hecho de que en España, justo en el momento en el que los tipos estaban en su nivel más alto, hubiera el mayor porcentaje de personas del mundo con contratos hipotecarios suscritos a interés variable es un simple fruto de la casualidad?”

Estas son algunas de las preguntas que se hacen Vicenç Navarro, Alberto Garzón y Juan Torres López en su libro “Hay Alternativas” (2011,Sequitur), un compendio publicado el pasado otoño en el que se ofrece una versión diferente de nuestro devenir político, que en los últimos tiempos viene engranando con tanta fehaciencia el discurso del “no hay otro modo posible de hacer las cosas” (para muestra, un Montoro). Y ese discurso,  que mantiene un importante soporte en un conjunto de economistas que pretenden pasar como ciencia cuadros estadísticos y tablas que no suponen más que puras especulaciones con graves carencias técnicas, y que para añadirles más valor tienen el tremendo mérito de no haber acertado ni una desde hace ya varios lustros. Ello, alimentado en los medios de comunicación con más poder, hacen calar en el ciudadano, que desconoce por norma general el funcionamiento de las finanzas, que realmente si los “expertos” y los políticos dicen lo que dicen es porque realmente no hay otra elección, y que lo que nos toca es tragar con las consecuencias, mal que supongan recortes que nos remonten a épocas previas a la instauración de nuestra democracia. Ello, unido al miedo que supone la amenaza del desastre o del colapso del país lleva a la paralización crítica del ciudadano.
Pero mientras estamos petrificados, casi sin darnos cuenta, deberíamos empezar a ver  hasta qué punto nuestra voluntad sobre las decisiones del país se ha perdido hace ya tiempo, y el recorte social es de tal magnitud que ya no deberíamos temer a que se produjera tal colapso. El remedio es ya por sí mismo peor que la enfermedad, y son constantes los avisos de que las supuestas medidas que nos van a sacar de esto solo nos pueden enfangar aún más. Irlanda, que es el banco de pruebas de la Unión Europea, puede dar buena cuenta de ello. Y Grecia y Portugal dan buena fe de que la situación,lejos de solucionarse, se agrava con las medidas impuestas desde el centro neurálgico de la Unión Europea. España correrá por el mismo camino (no es tan especial como nos dicen, ni ha ganado tanto en las últimas cumbres).
Si a ello unimos la estafa que supone que un partido político haya tirado a la basura su propio programa electoral sin apenas pensarlo porque desde la Unión Europea le han hecho una serie de recomendaciones que, por otra parte, ya antes de las elecciones se conocían sobradamente, supone un engaño al ciudadano de tal magnitud que nos encontramos ante un descrédito absoluto de nuestros representantes, y que en un verdadero estado democrático debería implicar el sometimiento a elecciones anticipadas o, si cabe, a un referendum vinculante para aprobar las medidas. Podemos sumar también la opacidad con la que se han presentado esas medidas (un informe en inglés por aquí, una medida exclusivamente mencionada en el BOE por allá…) y que nos deja cierto resquemor sobre si no nos toman por tontos.
Hay Alternativas presenta en su último capítulo un catálogo de 115 medidas alternativas al estado político-económico actual, y que ejemplifican hasta qué punto es realmente posible un estado de cosas diferente al actual que, con mayor o menor sacrificio, puede tener una aplicación real y una consecuencias positivas sobre la situación de todos los ciudadanos. Y en un momento en el que nos dicen que no hay otra salida, en el que la sensación de ahogo es cada vez más latente, quizá sea hora de plantearse de verdad las alternativas que se nos vienen presentando desde círculos minoritarios. Ni que sea, habrá que escucharlas.

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