“He decidido dejar Twitter y Facebook y mi vida es más tranquila. Pero sé que hay estudiantes que miran su página de Facebook para ver cuánto gustan sus posts. Han llegado a identificar su valía con la cantidad de veces que logran un me gusta. Es una distorsión terrible: no aprendes a quererte a ti mismo si no es en el espejo de Twitter o Facebook.” Estas eran las palabras de Kristine Billmeir, decana de la Universidad de Columbia, en la entrevista que le realizó El País recientemente.
Como creador de contenido, tengo plena conciencia de a qué se refiere, y es un mal del que pocos pueden/podemos escapar ahora mismo. Los likes y retweets se han convertido para medios de comunicación escrita y blogueros en el equivalente a las audiencias televisivas. Suponen una herramienta que sirve para medir parcialmente el impacto de un post. Sin embargo, a veces perdemos la conciencia de que el contenido de valor en las redes sociales se caracteriza por su fugacidad. Eso significa que si nos sometemos íntegramente a los dictados algorítimicos de las redes sociales, podemos acabar perdiendo una parte importante de obras que en su inmediatez pueden no contar con un valor, pero que sí podrían hacerlo a posteriori, tal y como ha sucedido con algunos grandes maestros de la literatura y la filosofía.
Someter la escritura a su potencial difusión es en toda regla una restricción autoimpuesta a la libertad del autor. Una restricción que puede reportar un sentimiento pasajero de satisfacción, pero que nunca llevará a que su obra permanezca por más de unas horas a los ojos de la gente.
La red se va llenando de contenidos sin contenido, demasiado parecidos los unos a los otros, y sobre los que poco o nada se puede profundizar. Entre esa marabunda de paja resulta además complicado encontrar algo que destaque por su originalidad y complejidad. Lo original está peleado con cualquier clase de posicionamiento en la red. Nunca encontrarás un escrito atemporal entre los más compartidos en Twitter. Dudo que Heidegger hubiera tenido mucho éxito si hubiera creado un blog en el que se dedicara a hablar exlusivamente del dasein.
Todo lo que se comparte en la red se encuentra relacionado con su contexto directo, imposibilitando que otros aspectos de mucho más valor sean los que tengan más presencia.
En los inicios del blog solía tener muy en cuenta las métricas sociales para evaluar hasta qué punto los artículos eran buenos o no. Sin embargo, poco a poco me fui dando cuenta de que no existía en absoluto una relación entre la calidad del artículo y la cantidad de interacciones sociales existentes. Bueno, en realidad sí que la había, pero en sentido inverso al de mi percepción de lo que escribo: cuando realizo artículos más elaborados y complejos, más perdurables, su impacto es mínimo. En cambio, otros post a los que puedo haber dedicado apenas media hora, pero que por su relación con el contexto social pueden resultar interesantes, tienen mucho más repercusión. Pero como digo, esa repercusión es inmediata, y en su inmediatez, poco provechosa si nuestra finalidad es ir más allá del día a día.
Si seguimos por este camino, los artículos de blogs y medios online perdurarán en el tiempo del mismo modo que una simple foto de pies en la playa colgada en Facebook: sin haber aportado valor alguno.
Así que si en algún momento pierdes el norte ante el impacto social media, acuérdate de que más importante que recibir un me gusta, es que a ti te guste lo que has escrito.