El reciente ruido generado por los tuits de la discordia de Guillermo Zapata ha provocado que algunos cargos públicos hayan empezado a borrar algunos de sus mensajes en la red. Un hecho que me resulta más que comprensible desde el momento en el que cada vez va a ser más sencillo que cualquiera pueda realizar búsquedas sobre un usuario que se adecúen a nuestro objetivo.
Por ejemplo,un reciente estudio de Spitters, Eendebak, Worm y Bouma (2014) desarrolló dos posibles métodos para filtrar las amenazas que se vertían en la red que eran capaces de detectar hasta el 37% de los casos. Un porcentaje que implica que una parte importante sigue quedando fuera de la búsqueda automática, pero que evidentemente facilita el trabajo de compilación de información en torno a un determinado tema, siempre que se cuente con un trabajo extenso de revisión previa de tópicos.
Es importante tener en cuenta que esa facilidad para detectar información pública relevante sobre un usuario obliga a ser si cabe cada vez más cuidadosos con lo que decimos. Hay que tener en cuenta que, por mucho que haya contenido vertido años atrás, la temporalidad del mensaje desaparece en el contexto virtual, precisamente porque ese contenido permanece en la red al mismo nivel que el mensaje más reciente. Es por eso que se comprende que la indignación producida con el caso de Guillermo persista a pesar de que los comentarios, además de sacados de contexto, fueran cuatro años atrás. Es algo que no importa, porque quien lo lee lo recibe con la misma intensidad con la que lo hubiera recibido en el instante en que se emitieron los tuits.
No sé si este afán de supervisión de los comentarios públicos en la red puede conllevar un retrotraimiento en la libertad de expresión en la red, pero probablemente sirva para moderar ligeramente un uso demasiado inconsciente de la herramienta que manejamos. Hasta ahora nos ha resultado difícil controlar nuestra visceralidad sin saber sus implicaciones reales. Que polémicas así salgan a la luz traen esa parte positiva: hay que intentar entender la potencialidad del daño que puede tener nuestro mensaje. Por supuesto seguirá siendo algo que escapa en su mayor parte a nuestro control, pero esa toma de conciencia previa probablemente evite muchos disgustos. Hemos llegado a un punto en el que en la red todos nos hemos convertido en trolls en potencia, y resulta a todas luces insostenible manejar un espacio de comunicación donde el ánimo de pelea parece mucho más presente que la intención de generar confluencia entre las personas. Está en juego que la red se convierta en el lugar de construcción del espacio común que todos deseamos o que se convierta en un lugar completamente habitado por haters. De momento, pinta más a lo segundo.