The True Cost (2015) es un documental dirigido por Andrew Morgan que refleja el impacto de la industria de la moda textil low-cost. En los últimos años se ha experimentado un creciente descenso de las prendas de ropa en las tiendas, pudiendo llegar a adquirir camisetas prácticamente por lo que te cuesta un café. Sin embargo ¿Cómo es posible que pueda haber esos precios y qué consecuencias tiene? A lo largo del largometraje se refleja desde la degradación de las condiciones de trabajo hasta llevar a la muerte (como sucedió con el derrumbe de Rana Plaza en Daca, Bangladesh, en 2013, donde murieron más de 1.000 personas), el dramático impacto medioambiental que se genera en estas poblaciones y las consecuencias en la salud de los que viven, en forma de aparición de enfermedades.
Uno de los argumentos que se suele utilizar desde estas empresas es lo que yo llamo el “mal del conquistador”. Según su visión, las condiciones que ofrecen en las fábricas, a pesar de ser malas, son mucho mejores que la otra opción que tienen estas personas, que es no tener siquiera trabajo. Sin embargo, utilizan ese postulado para justificar que se pueda tener trabajando para su empresa a personas en condiciones infrahumanas poniendo en riesgo la vida del propio trabajador. Y para ésto último no hay justificación alguna, más cuando en los últimos años la moda textil low-cost viene presentando cifras récord de beneficios. Pensar que por proporcionar trabajo a una persona ya estamos haciendo que la vida de una persona sea más digna es muy propio del pensamiento occidental, aún a costa de convertirlo en un esclavo.
El papel del consumidor para evitar que situaciones como las que se describen en el documental sean posibles estriba en conocer lo mejor posible el origen y impacto de aquello que compramos (y a pesar de los esfuerzos en que ello se oculte). Poder tener en tu armario 20 camisetas por 5 euros cada una además de darte una sensación aparente de riqueza material hace que tu bolsillo no se vea muy afectado por el consumo. Pero si conocieras mejor todo lo que implica ese consumo feroz de productos, quizá te lo pensarías mejor dos veces antes de adquirir un producto. Debemos entender que aquello que consumimos implica una aceptación implícita de todo el proceso que hay detrás de la maquinaria.
Hay que aceptar que en la sociedad de consumo en la que nos movemos es difícil poder estar integrado sin formar parte de ese círculo, o sin estar generando un perjuicio sobre tu entorno. Pero en nuestras manos está penalizar a aquellas empresas que superen la barrera de lo aceptable por cualquier persona con dos dedos de frente.