A principios de verano os hablé de una iniciativa ciudadana en la que me vi inmerso: el fenómeno de las bibliocabinas de Palma. Para poneros en antecedentes, podéis leer el artículo que publiqué en este mismo blog, el que publicamos conjuntamente Cristina Llorente (Arquitectives) y un servidor en Urban Living Lab, o el publicado por la revista Yorokobu. En resúmen, la cronología de los hechos fue la siguiente:
- Se instaló una bibliocabina en un puesto céntrico de Palma para reivindicar un espacio en desuso.
- EMAYA (empresa de limpieza) retiró todos los libros y desmontó la cabina.
- Dado el éxito de la iniciativa, este hecho generó un efecto Streisand, y desde el ayuntamiento se comprometieron a no retirar la bibliocabina.
- Se volvió a instalar una bibliocabina, esta vez por partida doble.
- Esta vez fue Telefónica la que tapió directamente las dos cabinas.
- Ante el revuelo, el movimiento ciudadano llevó a que en una sola noche se volvieran a instalar hasta 9 bibliocabinas en diferentes puntos de la ciudad.
- Telefónica fue tapiando todas estas cabinas, incluso en alguno de los casos sucedió algo inaudito: se retiró la cabina entera.
Esto podría considerarse el fracaso de una iniciativa enriquecedora para todos, pero lo que podría haber sido el final se convirtió en el principio de un proyecto en el que el ayuntamiento de Palma, acogiendo la propuesta de Arquitectives muy positivamente, ha decidido convertir algunas de las paradas de bus de la ciudad en bibliotecas (ver a partir de 43:45). Ello permitirá amenizar las esperas en la parada buscando entre los libros alguna obra que nos llame la atención. Ante la negativa de Telefónica, cuya imagen ha quedado considerablemente perjudicada, es reseñable que se haya atendido desde las instituciones públicas un movimiento promovido por los propios ciudadanos que podrían haber dejado que se apagara lentamente hasta que nadie recordara nada de ello.
Sin embargo, que exista esa predisposición me deja la sensación de que algo de lo que se nos está vendiendo sobre el avance a una nueva forma de entender la política tiene algo de cierto. No se me pasa por la cabeza que un proyecto así, que no puede reflejarse en forma de puestos de trabajo o en el PIB, tuviera cabida alguna en la legislatura anterior por ejemplo (más empeñado en entorpecer el asociacionismo y los movimientos locales que en fomentarlo) . Tomar conciencia de que la cohesión social pasa por algo más que el éxito económico parece encontrarse presente en la concepción de la política que se quiere hacer en muchos de los gobiernos entrantes. Sin esperar que vayan a realizar milagro alguno, como mínimo da lugar a pensar que las cosas se pueden hacer (y se hacen) de forma diferente a como se nos había dicho que eran posibles.
Gracias a iniciativas como esa, la calle será un poco más nuestra. Larga vida a las biblioparadas.