Oscuro Claro

Hace pocos días mantuve dos conversaciones con grupos de amigos diferentes en las que curiosamente hablamos de una misma cuestión: cuando un trabajador no es consciente de estar sufriendo sobrecarga laboral, o no es capaz de parar cuando es necesario. Cuando el empleado tiene un perfil de autoexigencia y implicación elevado es habitual que esta situación se produzca. Se puede establecer cierta similitud con un corredor de maratón que no se ha preparado lo suficiente pero que no da su brazo a torcer: hasta que no se rompe por completo no es capaz de parar.

Hay que partir de la siguiente idea: los efectos del estrés laboral surgen precisamente cuando ni empleado ni empleador son capaces de ver que la carga de trabajo es excesiva. Si no fuera gracias a nuestro cuerpo, que es el que en un momento dado nos dice basta de uno u otro modo, seguiríamos trabajando sin descanso de manera enfermiza. En otras ocasiones el empleado puede ser consciente de esa sobrecarga de trabajo, pero opta por el silencio ante el miedo de que eso le provoque un perjuicio o dejen de contar con él.  Y del mismo modo, el empleador, corto de miras, es en muchas ocasiones consciente de estar sometiendo a una carga laboral excesiva al trabajador, pero no ve motivo para hacer nada por cambiar esa situación porque los resultados inmediatos que observa lo compensan.

Sea cual sea la opción entre las anteriores, ninguna va a dar lugar a efectos positivos. Y quien debe ser capaz de detectar en qué momento un empleado se está sobrecargando de trabajo es el supervisor. En tanto coordinador de las labores del empleado, ha de saber cuándo éste se encuentra desbordado, y cuándo puede conseguir que dé un poco más de sí. Aunque hay algunos que resistirán mejor la carga de trabajo que otros, hemos de ser conscientes de que nadie es capaz de soportar algo durante mucho tiempo cuando le sobrepasa.

Es normal que pueda haber sobrecargas de trabajo en momentos puntuales, en épocas donde por las características del sector haya más trabajo por hacer. El problema llega cuando eso se cronifica, y cuando el empleado tiene la sensación de no terminar nunca su trabajo a tiempo. Esto, además de resultar frustrante, es una forma sencilla de ver que algo está fallando: si por norma nunca se consiguen los objetivos de rendimiento esperados, es que la planificación de objetivos estaba lejos de las posibilidades reales. En otras ocasiones, la forma de detectarlo es que, aún cumpliendo el empleado con los objetivos marcados, se observan síntomas de fatiga en el empleado.

Si aún tienes dudas de los riesgos que entraña llevar al límite a un empleado, puedes leer aquí, aquí o aquí.

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