El 10 de julio de 2010 Cataluña vivió una de las manifestaciones con mayor poder de convocatoria de toda su historia. Más de 1 millón de personas salieron a las calles para protestar contra la sentencia que dictaba la inconstitucionalidad del Estatuto de Cataluña. La dimensión de la convocatoria era como mínimo para que toda España se hiciera eco del malestar que había generado una decisión judicial impulsada por el Partido Popular.
Casualmente, el día 11 de julio España jugaba la final del Mundial de Sudáfrica contra Holanda, con ese memorable Iniesta de mi vida que muchos gozamos, y que llevó a las calles a muchos españoles para celebrar el primer título mundial.
El día 12 de julio nuestra cadena pública consideró buena idea incorporar un icono con la bandera de España para celebrar tan encomiable hito en nuestra historia, además de rellenar la parrilla televisiva con la celebración del título durante todo el día. ¿Qué se hizo de la manifestación realizada en Cataluña? Pues ese millón de personas que salió a la calle fue ocultado por la vorágine futbolística televisiva, que se dedicó a repetir una y otra vez, desde todas las cámaras posibles, el gol de la heroica. El fútbol sirvió, como tantas otras veces, para minimizar una cuestión política que debía tenerse en cuenta, y que a posteriori se ha ido reflejando en posteriores elecciones, donde el nacionalismo en Cataluña ha seguido ganando terreno poco a poco.
Me sorprende un poco que haya cierta exaltación por la pitada al himno en la final de la Copa del Rey en el día de ayer. Muchos, bajo el alegato de que no se debe mezclar fútbol y política, y otros tantos porque consideran una falta de respeto y una apología a la violencia dicho acto. No concuerdo con ninguna de esas posiciones. En primer lugar, porque el fútbol, como espacio de masas por excelencia en España, lleva siendo usado políticamente desde hace ya bastante tiempo. Ha interesado que el ciudadano canalizara su malestar profiriendo comentarios de todo tipo sobre jugadores y árbitros, haciendo que se preocupe más por las nuevas incorporaciones de su equipo favorito antes que de generar conciencia crítica sobre cuestiones públicas que afectan a su día a día. Entender el fútbol como un fenómeno de masas apolítico es una estrategia fantástica, pues permite calmar a las fieras, esconder la realidad y reflejar una imagen de cohesión con un país que no es tal. No interesa que se haga política dentro del fútbol precisamente porque llega mucho más lejos de lo que lo podría hacer la manifestación más multitudinaria en una ciudad. ¿Alguno se acuerda de la manifestación que he comentado al principio (quitando a los catalanes que acudieron a ella)? En cambio, todo lo que rodea al fútbol goza de un poder de difusión mucho mayor. Por ello es lógico que siente mal que se utilice un espacio con tanto impacto para hacer política. Se pretende que la gente se exprese por canales que resulten más silenciosos, que no se vean o que sean fácilmente ocultables. Y eso señores, también es política por más que nos hagan ver lo contrario.
En segundo lugar, creo que hay un error a la hora de identificar la pitada como una apología al odio o a la violencia. En realidad, se trata de un efecto, pero el fenómeno en sí mismo nunca puede ser la causa que lo provoca. Lo que hay que pensar aquí es, en realidad, por qué se ha pitado el himno, y centrarse en las causas que han generado esa situación, ya sean más o menos justificadas o estemos más o menos de acuerdo. Es como si cuando se convoca una cacerolada, la gente estuviera más preocupada por debatir si se ha sido irrespetuoso con el ruido que se ha hecho antes que preguntarse por la causa de las quejas.
La política debe estar donde los ciudadanos consideren oportuno. Y si alguien en el fútbol quiere hacer política, bienvenida sea. La participación ciudadana en política va más allá de las urnas, y se encuentra allí donde existe ese impulso, donde se genera esa necesidad de reaccionar ante algo que se considera inadecuado e injusto, y utilizando las estrategias más oportunas para que esa opinión se escuche con la mayor fuerza posible. Pero considerar irrespetuosa la manifestación de un sentir personal cuando el medio usado es totalmente pacífico es cuanto menos para preocuparse.