Oscuro Claro

Hace poco el New York Times publicaba un interesante reportaje donde mostraba la inversión en robótica experimentada en Shunde, China. Una población que creó un proyecto titulado “Sustituyendo humanos por robots”. Su vicepresidente económico justificaba dicho proyecto desde la base de que la mitad de los trabajadores procedían de otras provincias. Su intención clara: reducir esa población de trabajadores a la mitad a través de su inversión en robótica.


El reportaje muestra las dos caras de la moneda. En un lado, la inversión en tecnología presenta la ventaja de que las labores más pesadas, peligrosas o monótonas pasan a ser función exclusiva de las máquinas. Los trabajadores pasan a ejercer funciones menos agotadoras y más relacionadas con la supervisión de los robots con los que trabajan codo con codo (es curiosa la mención que hace uno de los empleados, que afirma tratar a los robots como hermanos). Se destaca entonces que los trabajadores pueden dedicarse a labores que para ellos puedan resultar más reconfortantes, y les permite además conciliar mejor su vida familiar, como ejemplifica el empleado que afirma estar más contento y menos cansado cuando vuelve a casa con sus hijos. Pero por otra parte, ese cambio en el modelo productivo de las empresas conlleva que el trabajador debe evolucionar a una profesión mucho más técnica, generando cierta exclusión sobre aquellas personas que no evolucionen hacia un modelo de trabajo donde prima más el conocimiento que su fuerza productiva.

Se genera además una tensión entre humano y robótica: si bien provoca una reinvención de puestos de trabajo y permite a las personas dedicarse a labores que le satisfagan mucho más, no debemos olvidar que la aspiración a la supresión de la persona como herramienta de trabajo es real. A día de hoy son aquellos puestos de trabajo más relacionados con el uso de la fuerza los que se están sustituyendo por completo, pero no debemos olvidar que los avances en inteligencia artifical están destinados también a suplir campos donde el hombre todavía tiene el terreno conquistado. Una buena prueba de ello es el robot que empezó a trabajar como recepcionista en Tokio. Cierto profesor de filosofía que tuve comentaba con cierta guasa que el robot virtual de Ikea podía dar mejor conversación que muchas personas. Una broma con algo de mala leche que no por ello deja de ser menos cierta. No debe extrañarnos entonces que en un futuro próximo nos encontremos a robots supervisando a otros robots hasta reducir al mínimo indispensable la necesidad de que el hombre tenga que trabajar.

Situaciones que no hacen más que reafirmar la tesis de que se avanza a velocidad asombrosa hacia la sociedad post-trabajo.

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