En los últimos meses he contemplado con cierto asombro la alegría de muchos editores ante el estancamiento mostrado en la venta de libros electrónicos. Los últimos datos aparecidos en torno a las ventas de ebooks en Estados Unidos mostraban un estancamiento que sitúa la cifra de ventas en torno al 20-25%. A este dato se unía además la encuesta realizada en el CIS en diciembre, donde se reflejaba que casi un 80% de los españoles prefieren leer en papel antes que en digital. Sumado a algunos datos presentados en 2014 por la agencia del ISBN donde se afirmaba que por cada 200 libros en papel se vendían 3 libros en digital en España, parecía que los tecnófilos nos íbamos a tener que comer nuestras palabras cuando avanzamos que el libro en papel estaba destinado a perder su hegemonía en muy poco tiempo.
Según los editores el libro en papel ha demostrado que está por encima del libro electrónico. Es lo que tiene no querer ver la realidad, amén de marginar a los que sí quieren leer en su ebook. Tampoco quieren ver, por ejemplo, que la misma encuesta del CIS presentaba que tan solo un 16,5% de los encuestados creía que el libro en papel estaría por encima del digital en el futuro, y que cerca del 33% considere que el formato electrónico será el predominante en poco tiempo.
También omiten que la facturación de libros ha caído en picado desde el inicio de la crisis en España, o los 150 millones de libras que ha dejado de facturar un país como Reino Unido en la venta de libros en papel en apenas cinco años. Ignoran también indicadores que cualquiera puede observar a pie de calle, cuando viaja en el tren o el metro de ciudades como Madrid o Barcelona, donde más de la mitad de los que leen lo hacen en digital. Tampoco se plantean hasta qué punto es sesgada la cifra de la agencia del ISBN, ya que no tiene en cuenta que hay una cantidad considerable de libros autoeditados que no cuentan con ISBN alguno y que también se venden. Se olvidan también de decir que son ellos mismos los que han hecho todo lo posible para que el libro digital siguiera en la sombra, poniendo precios abusivos a los ebook, que podemos llegar a encontrar en ocasiones exactamente al mismo precio que la versión en papel. No tienen en cuenta tampoco que muchos lectores digitales no compran ebooks, pero sí los descargan de diferentes plataformas, en muchas ocasiones condicionados o bien por el precio del libro digital, o bien porque directamente no ha sido siquiera catalogado digitalmente por la editorial en cuestión. Podrán ser pocos los que compren, pero son muchos más de los que creen los que ya están leyendo en digital. Son, además, lectores cansados de escuchar como les insultan y les llaman piratas solo por querer leer. El lector digital ha perdido la paciencia ante la escasa implicación de los editores con sus nuevas necesidades.
Por cierto, tampoco preguntan a pequeños editores que venimos publicando nuestro catálogo simultáneamente en papel y en digital con precios más adecuados a lo que demanda el lector, y que estamos viendo que las ventas digitales ya superan al papel. Quizá no les interese conocer ese dato por el miedo a afrontar una realidad que les condena definitivamente a perder los ingentes beneficios que había proporcionado la industria. Quizá tampoco les interese ver que su intermediación corre serio peligro, y que los autores están aprendiendo poco a poco a valerse por ellos mismos. Pero esa negación no va a salvarles de una muerte que desde hace tiempo tiene tintes suicidas.