¿Sabes ese momento en el que sin darte cuenta estás leyendo en varios idiomas lo que contienen los cereales que desayunas? Ya sabes: riboflavina, tiamina, ácido fólico, ácido pantoténico…
Quizá solo me pase a mí, pero coincide que es en momentos como esos, sin que yo haya hecho ningún esfuerzo por pensar en nada más que en el contenido de lo que me estaba comiendo y en las calorías que debía quemar para eliminar lo que había echado en el bol (bueno, confieso que eso no me ha preocupado, pero sí me gustaba cuantificarlo), que se producen de vez en cuando lo que yo llamo iluminaciones glucosas (por la asociación directa con el subidón de azúcar de los cereales, no le busquéis otra explicación al concepto).
Pues bien, hoy he tenido una de ellas. He caído en la cuenta de que muchas de las preocupaciones y cuestiones que me inquietaban hace seis meses han desaparecido, entre ellas una crisis existencial y profesional mediante. Sin embargo, en un periodo de tiempo que debemos calificar como muy corto todo eso ha quedado en el olvido, para dar paso a otras nuevas preocupaciones y problemas.
Vengo con esta cuestión porque me fascina hasta qué punto nuestras preocupaciones y nuestros estados de ánimo pueden llegar a variar con tanta facilidad. Cosas que nos parecían un drama meses atrás, incluso aunque no se solucionen, dejan de ser un problema. Y viceversa, aspectos que hasta ese momento considerábamos irrelevantes pasan a ser concebidos desde nuestra posición como un problema.
Por supuesto, no me refiero aquí a cuestiones que puedan estar relacionadas con la salud o con problemas que por consenso podamos considerar como reales, sino que hablo de todo aquello que entra en el plano de lo emocional. La volatilidad y los cambios de humor que padecemos ya no solo en el transcurso de los meses, sino en un solo día, da lugar a entender por qué razon el mundo de las relaciones entre humanos es siempre tan complejo e inextricable de resolver.
Entendiendo esa complejidad debemos comprender que la evolución de un equipo humano que trabaja en una organización no es estable. Incluso en un equipo cohesionado donde los integrantes del grupo ya hayan trabajado mucho tiempo juntos pueden darse momentos que, por las circunstancias de uno u otros, surjan conflictos que hasta ese momento nunca habían estado presentes. En el caso que eso suceda no debe saltar la alarma, sino que se debe identificar qué factores pueden haber producido esa problemática, y si la organización puede hacer algo para solventarlo. Si surge un problema entre dos compañeros de trabajo puede darse el caso de que se trate de una cuestión muy puntual, por lo que no será necesario siquiera realizar una intervención. Sin embargo, si este tipo de situaciones se cronifican sí que deben llevar a plantear si lo que está aconteciendo en la empresa o organización es algo más que un problema fugaz.
A nivel preventivo lo mejor que puede hacer una empresa es ser consciente de que, por lo menos por ahora, no trabaja con máquinas sino con personas, y que como tales variamos nuestro rendimiento y nuestra motivación según la época, sin que sea un asunto excesivamente preocupante. Como siempre, en la mayoría de casos, un poco de empatía por parte de los supervisores será la mejor herramienta para apoyar al empleado.