“Lo que ocurría es que se aburría; eso era todo. Se aburría como la mayor parte de la gente. Entonces se había creado, a toda costa, una vida de complicaciones y de dramas ¡Es menester que pase algo en nuestra vida!”
La caída. Albert Camus
Puedo decir con claridad que son tres los autores que han marcado profundamente mi visión de las cosas: Friedrich Nietzsche, Ludwig Wittgenstein y Albert Camus. Y como tales, es frecuente que acuda a ellos en los momentos de menor clarividencia personal.
Como este es uno de ellos, he decidido acudir en esta ocasión a la ayuda de Camus, en busca de una reinterpretación de mi realidad. Y una de las conclusiones que he sacado (siempre provisionales, no vayamos a pensar que soy un hombre excepcionalmente seguro de sus pasos) es que no me encuentro ante crisis alguna. Sentir que uno está en un abismo, tomar conciencia de que los objetivos personales no son más que arbitrariedades autoimpuestas, y por ende dudar de su sentido, es en realidad lo más natural que debería acontecer, dado que es precisamente la posición en la que se sitúa todo ser humano desde el nacimiento hasta su muerte.
No es por lo tanto un malestar temporal, o una mala racha, y menos algo que tenga solución. No la tiene, porque la vida es en todos los sentidos la ausencia misma de un sentido. Podremos encontrar mayor o menos satisfacción en los objetivos que nos autoimpongamos, vivir con mayor o menor esplendor todos los instantes de nuestra vida, dramatizar más o menos nuestras situaciones personales, pero el drama en sí mismo es que esos problemas dejan de serlo una vez dejamos de existir. De hecho, nada es en realidad susceptible de ser calificado de drama más que desde el sentido que le dé el ser humano al mismo.
Pero no queda nada fuera de él, no hay definición ni identidad de las cosas más allá de la muerte del hombre.
Lo más llamativo es que tomar conciencia de ello me hace sentirme más enérgico que desesperado. Dudo si esto me va a hacer reconducir mi ruta errante de los últimos meses, pero la clave es que es algo que ha dejado de preocuparme. Mi convicción ahora es que se trata de un asunto banal. Por ello no es necesario perder mucho más tiempo en ello.
No era una crisis, era que había olvidado la esencia de mi existencia: la nada.