Quizá este post sea fruto del radiante sol con el que se presenta hoy el día o quizá porque realmente soy optimista respecto de mi generación, la ya bautizada como generación perdida. Matriculados en la euforia, licenciados en la depresión, la enorme inversión y empeño puesto por nuestras famílias para darnos una educación sin precedentes hasta ahora en España cayendo en saco roto, los esfuerzos de los estudiantes por labrarse una profesión más allá del turismo y el ladrillo, algo hecho en vano. Esos somos nosotros, que esperábamos que, igual que nos lo habían dado todo, o casi todo, nos iban también a dar las mismas facilidades en el ámbito laboral. Pero justamente llegó la crisis, y todas nuestras previsiones se transformaron en un desconcierto generalizado, tanto de los inversores (los padres) como de la inversión (los estudiantes). Ahora ya parece que haya poco que hacer, no nos quedará más remedio que aceptar puestos de trabajo muy por debajo de nuestras cualificaciones reales y además aceptar remuneraciones cada vez más a la baja. Pues eso, que estamos muy, pero que muy, perdidos. Ese es el diagnóstico generalizado entre la población.
Ahora voy con mi versión. La optimista, la que creo que debe ser, la que se aleja del llanto y del paternalismo al que tan bien acostumbrados estábamos. No entiendo las razones por las que se nos da por perdidos antes de que hayamos podido poner en práctica siquiera nuestra puesta en valor, nuetsro diferencial respecto a las generaciones anteriores, nuestra justificación de las razones por las que realmente se debía apostar por la educación como se hizo. El descenso de los presupuestos en educación afectará a los niños de ahora, pero no a nosotros. Nosotros ya tenemos nuestras cartas, y lo que nos toca es usarlas. Nos esperábamos un tablero de juego sencillo, en el que prácticamente teníamos un 90% de posibilidades de ganar. A veces no hacía falta siquiera jugar para ganar. En cambio, ahora quien tiene más posibilidades de ganar es la banca (no me malinterpretéis). Está bien, nos toca utilizar nuestras bazas con un nivel de dificultad muy superior. Nos toca coger el mando y ser los motores de ese cambio de modelos de inversión económica. Nos toca tomar la responsabilidad de llevar a un país de la desorientación al orgullo por nuestra generación (y los que me conocéis ya sabéis que no soy nada patriótico, aunque por lo dicho pueda parecerlo). Es lógico que generaciones superiores, que han vivido décadas de bonanza económica, crean que ahora el panorama para nuestra generación es desolador. En parte, lo es (sería de idiotas negarlo). Pero en parte, aún no se nos ha dado la oportunidad de demostrar esa resistencia ante la adversidad, no tenemos todavía el papel que merecemos teniendo en cuenta que el valor añadido que poseemos es superior a cualquier otra generación. Somos los españoles mejor educados de la historia. Y ya que hemos tenido la posibilidad de serlo ¿A qué viene ahora quejarse de lo mal que nos ha venido esta crisis? ¿Es que esperábamos no tener que solucionar nunca ningún problema en nuestras vidas? No señor, nos toca apechugar. Papá estado no vendrá nunca más a salvarnos, porque los que lo administran llevan un desfase intelectual importante. Y hablo de la totalidad de los partidos sin excepción. Así que nos toca a nosotros buscarnos la vida. Reflexionar sobre lo que podemos aportar cada uno de nosotros, cuales son nuestras cualidades, y potenciarlas al máximo. Si no las hemos encontrado todavía, trabajar para encontrarlas. Labremos un futuro que nos permita establecer una calidad de vida más allá de las fluctuaciones de la economía. Un futuro donde la política forme parte de la vida cotidiana de todos y cada uno de los ciudadanos, y no una molestia a la que incluso nos cueste acudir cada cuatro años. Exaltémonos ante las constantes negligencias políticas, ante los cortejos de algunos políticos que poco a poco se acercan más al totalitarismo.
Y mirémonos los unos a los otros con optimismo. Lo que podemos aportar es, precisamente y gracias a esta maravillosa crisis, un cambio radical en el modo en el que se venían haciendo las cosas hasta ahora. Tenemos incluso mecanismos tecnológicos con los que movilizarnos (aunque a más de uno les gustaría que no existieran) mejor que nunca. Que se vea que la generación perdida no está perdida, que los perdidos son precisamente los que nos han bautizado de ese modo basando esa sentencia en el modelo económico con el que se ha venido labrando España hasta ahora.
Que los libros de historia hablen de nosotros como la generación que cambió un ciclo político, por la que no se daba un duro (o un euro) y no seamos esa generación que, en su pasividad, se recogió sobre sí misma a la espera de su autodestrucción.
Apostemos todo por nosotros
Oscuro
Claro