El psicólogo social Robert J. Vallerand definió a principios de siglo la pasión como “una fuerte inclinación o deseo sobre una actividad que a uno gusta, considera importante, y en la que uno invierte tiempo y energía”.
A la vez, ha venido conformando dentro de su tesis un dualismo de pasiones: la armoniosa y la obsesiva.
La pasión armoniosa sería entonces todo tipo de actividad que se lleva a cabo intrínsecamente, por el simple placer que produce realizarla, sin haber una razón secundaria que lleve a realizar dicha actividad. Se realiza esa actividad por gusto y con independencia del resultado que ello conlleve. Digamos que es una actividad que se ejerce con plena libertad.
En cambio, la pasión obsesiva difiere en que no es la actividad en sí misma la que es fruto de dicha pasión, sino las motivaciones extrínsecas que emergen llevando a cabo dicha actividad. Lo importante no es tanto la actividad como el objetivo o los resultados que este conlleva.
Para dar un ejemplo bastante ilustrativo compararemos a un aficionado a jugar partidos de fútbol con los amigos con Cristiano Ronaldo (podría poner a Messi también pero su caso me parece ejemplar por la evidencia y sinceridad con la que demuestra su ambición).
Un aficionado que va a jugar algún que otro partido de fútbol a la semana no dedica mucho más tiempo al fútbol en sí mismo más que el rato previo en el que se prepara para jugar, el partido en sí mismo, y en todo caso, a posteriori, comentando las mejores jugadas con los amigos entre cañas. En cualquier caso, el disfrute en sí mismo es el partido en sí, y no hay un fin más allá que haber practicado dicha actividad. Sin embargo, Cristiano Ronaldo no solo juega a fútbol. Tiene una pasión obsesiva muy clara: ser el mejor del mundo, ganar el balón de oro y convertirse en uno de los deportistas más exitosos del planeta. Una ambición que perfectamente puede llevarle a conseguir su objetivo como así ha sido en no pocas ocasiones, pero que a nivel personal puede llegar a provocarle problemas. Por ejemplo, una lesión o una mala racha goleadora puede generarle una frustración tal que le provoque ansiedad, sentimientos de culpabilidad y pérdida de autoestima al no ver cubiertos sus propósitos. Problemas que se trasladan además no solo a la esfera de su vida laboral, sino que afectan también a la esfera familiar y de relaciones con los amigos.
Todo lo anterior viene a cuento de un revelador estudio de Thorgren, Wincent y Sirén (2013) que analiza la influencia de la pasión en la satisfacción con el trabajo. Partiendo de la base teórica de Vallerand, su objetivo es mostrar que en función del tipo de pasión por el trabajo latente (armoniosa o obsesiva), la satisfacción por el mismo variará.
Para ello, realizaron un análisis cuantitativo sobre más de 700 CEO de empresas suecas en búsqueda de diferencias notables entre uno y otro tipo de pasión. Y los resultados no pudieron ser más reveladores.
Entre las conclusiones obtenidas, encontraron que, efectivamente, aquéllos que mostraban una pasión más obsesiva por su trabajo se encontraban más insatisfechos con su trabajo que los que mostraban una pasión más armoniosa. Así, mientras en aquéllos con altos niveles de pasión armoniosa había una relación significativa con la satisfacción laboral, no se podía afirmar lo mismo cuando se mostraban aquellos individuos con pasiones obsesivas, con todo lo que ello conlleva.
Uno de los aspectos que reflejaba en buena medida esta insatisfacción eran los pensamientos en torno al trabajo que se daban una vez fuera de la jornada, y que resultaban más invasivos entre los que desarrollaban una pasión más obsesiva. No estamos hablando aquí de contarle a alguien qué tal nos va con nuestro trabajo, sino directamente de llevarse los dolores de cabeza del trabajo a todas partes. En cambio, aquéllos con una pasión armoniosa por el trabajo no solían tener pensamientos intrusivos fuera del mismo.
Los resultados desprendidos deberían darnos mucho sobre lo que reflexionar.
En primer lugar, no hay que confundir la insatisfacción en el trabajo con la improductividad, que no necesariamente es visible o se ve afectada (algo que abordaremos otro día). Volviendo al ejemplo de Cristiano Ronaldo, su pasión obsesiva es tal que poco importa que en ciertos momentos haya estado triste, le hayan silbado por todos los campos de fútbol por los que ha ido o se haya sentido injustamente tratado, ya que, además de cumplir su objetivo, dudo que el Real Madrid, su empresa, esté descontento con él. Se trata de un jugador productivo a todas luces.
En segundo lugar, lo que sí es digno de mención es el perjuicio personal evidente que refleja el sufrir una pasión obsesiva con el trabajo, que puede tornarse en algo que trastorne por completo el acontecer diario de una persona. Por lo pronto, el hecho de que revele la ausencia de satisfacción por el mismo es un indicador contundente. Personalmente, me veo obligado a darle unas cuantas vueltas teniendo en cuenta que tiendo a trabajar mucho por objetivos y eso deriva en ocasiones en insatisfacción personal con las tareas que llevo a cabo (no, tranquilos, hoy no os voy a dar la lata con mi crisis).
Lo que está claro es que una pasión obsesiva por el trabajo conlleva un riesgo más latente de que ese individuo llegue, en algún momento, a entrar en conflicto con la empresa, ya sea por problemas psicológicos que puedan derivar de no saciar su pasión, de la prolongación a lo largo del tiempo de esa insatisfacción con la actividad que realiza, o por otras razones similares.
Por si acaso, hoy me apunto un nuevo recordatorio personal: procura que toda actividad laboral que realices sea un fin en sí misma y no un camino para cubrir otros objetivos.