Ayer leí con suma atención un extenso reportaje de Analía Plaza en El confidencial que se realizaba en torno a la figura de Pep Gómez, CEO de la startup Fever con más de 10 de euros recaudados de inversión. Un joven de apenas 23 años con una trayectoria en el campo emprendedor envidiable, pero cuyo relato del funcionamiento de la compañía deja a las claras que para llegar donde está deja de lado mucho de lo indispensable para manejar una organización de forma que se genere un clima laboral estable y donde se minimice el conflicto.
La normalidad con la que afirma que “Hemos tenido muchas discusiones con gritos y golpes, como en todas las startups» (justificado con un «En Facebook tambien se tiraban los ordenadores a la cabeza») es la señal inequívoca de que el comportamiento antisocial y violento se asume como algo propio de una empresa en desarrollo, como si para lanzar una startup de éxito antes debas pasar por un proceso de destrucción. Sin embargo, creo que quitando lo reprochable de la afirmación de Pep, que quizá debería saber que golpear a alguien puede constituir un delito, el artículo cae en el error de demonizar la figura de este jovencísimo emprendedor sin tener en cuenta otros muchos factores que facilitan ese clima disfuncional:
Desde la dimensión individual
Si bien el tipo de liderazgo que ejerce Pep a partir de los testimonios del artículo puede ser calificado de tiránico o despótico, hay que tener presente que en un equipo tan amplio, donde actualmente trabajan 91 personas, el líder tiene una influencia limitada (pero significativa). Así, las constantes situaciones de tensión podrían explicarse precisamente basándonos en la juventud de los trabajadores. En criminología varios autores han defendido la existencia de una curva de edad de la delincuencia, que alcanzaría su pico de edad entre los 15 y los 19 años, y que empieza a descender a partir de los 20 años. Esta curva se suele relacionar con una mayor impulsividad de los jóvenes, y con un estrechamiento de los vínculos sociales a medida que crecemos. Aplicado a Fever y otras empresas donde la mayoría de los trabajadores son jóvenes, podemos entender que en ellas la impulsividad y la precipitación esté presente en muchas situaciones. Recordemos que cuando Pep Gómez empezó a desarrollar la compañía no contaba siquiera con 20 años. Por otra parte, el artículo vende a Pep como alguien ambicioso que solo piensa en el éxito sea con la aplicación que sea. Sin embargo, dudo que fuera, ni que sea, el único que cuenta con ese propósito dentro de la empresa.
Desde la dimensión organizacional
Sin querer justificar a Pep por su forma de actuar, lo que sí es cierto es que una empresa que se encuentra en desarrollo está sometida, más en los tiempos que corren, a cambios constantes y a la necesidad de tomar decisiones vitales casi a diario. Eso explica en parte la constante fuga de empleados de la compañía, ya que es normal que muchos de los que arrancan en una startup se bajen del carro con el paso del tiempo. Esa inestabilidad del equipo de trabajo no facilita que el clima laboral sea el más adecuado, pero la duda es si para que una Startup tenga éxito (entendiendo el éxito en un sentido meramente económico y inhumano) haya otra alternativa.
Desde la dimensión macrosocial
Que un grueso importante de trabajadores de la compañía sean becarios con contratos precarios solo es posible plantearlo desde el momento en que legalmente se permite. Esa permisividad con este tipo de contratos facilita que los pagos de la compañía a una parte importante de los trabajadores sea muy bajo.
Del mismo modo, que una compañía prospere entre actitudes disfuncionales es posible solo desde el momento en el los que inversores no prestan especial atención a aspectos éticos o morales. Pero ya sabemos que la moralidad de la economía ni está ni se le espera, por lo menos por ahora.
Los anteriores son solo unos pocos aspectos de los muchos que se deben tener en cuenta al tratar de analizar un entorno laboral. Como ya hemos mencionado, si bien la figura del líder de la compañía influye en la conducta de los empleados, no es ni mucho menos la única responsable de que una empresa albergue conductas antisociales dentro de ella. Culpar a una sola persona es fácil, pero las interrelaciones en un equipo de trabajo son demasiado complejas como para que dependan de una sola persona.