Uno de los dilemas a los que se están enfrentando las empresas en los últimos años gira en torno a la permisividad que se da a los trabajadores en el uso de las redes sociales durante sus horas de trabajo. Un aspecto que hasta ahora podía controlarse parcialmente impidiendo el acceso a ciertas páginas web desde los equipos de trabajo, pero que se hace más complejo desde el momento en que el foco de nuestras distracciones está en nuestro bolsillo y, próximamente, en nuestra muñeca.
Nikelle Snader (2015) hace mención a la complejidad del problema: optar por permitir su uso puede dar lugar a un mayor número mayor de distracciones entre los empleados, y a mayores dificultades cuando se requiere la resolución y el trabajo en aspectos que requieren un nivel de concentración. Sin embargo, impedir el uso de las redes sociales puede generar en el empleado otros comportamientos que pueden resultar nocivos: es decir, la energía que emplea en luchar por no mirar el móvil en el trabajo puede llegar a generarle ansiedad.
Hay que tener presente de todos modos que el efecto contraproducente del uso de las redes sociales en el trabajo no tiene el mismo impacto en todo el mundo. Un trabajo reciente de Peerayuth Charoensukmongkol (2015) mostraba que aquellas personas con niveles más elevados de mindfulness o atención o atención plena se sentían menos afectados emocionalmente por las distracciones dentro de su horario, y eran capaces de centrarse sin mayor problema en su trabajo. En cambio, quienes puntuaban en niveles más bajos eran no solo más propensos a consultar sus redes con mayor frecuencia, sino también a verse más afectados emocionalmente, provocando inestabilidad en el ejercicio de su trabajo.
Aunque ya se han dado casos en los que la justicia ha dictado la prohibición del uso de redes sociales a empleados incluso fuera de su jornada de trabajo, se trata de una medida que en todo caso debería utilizarse como ultima ratio. Es interesante concienciar a los empleados del perjuicio que puede generar el uso de las redes sociales en el ejercicio de su labor, y en todo caso puede resultar más efectivo formar al trabajador de un modo que esté más capacitado para controlar mejor las distracciones y darles la atención que merecen en cada momento. Las distracciones, no solo en el trabajo sino en cualquier otra esfera de nuestra vida, se han convertido en nuestro pan de cada día, y desde esa inevitabilidad parece más eficaz educar y dar a conocer los efectos de esas distracciones para que puedan moderarse antes que optar por su prohibición.
El reto de las empresas no está en impedir la distracción; el reto es que esa distracción no afecte al rendimiento del empleado.