Hoy era el día. 4 meses preparando el Maratón de Madrid para poder llegar en las mejores condiciones. Nuestro máximo objetivo era, ante todo, terminar. Pero, ya que estábamos, si podíamos hacerlo en el tiempo previsto (3 horas y 45 minutos) ya iba a ser la repera.
Uno de los mayores miedos que tenía en los días previos era que durante el día de la carrera luciera un sol radiante. No tiene nada que ver correr con calor que hacerlo en pleno invierno. Prefiero mil veces correr a 4 grados que hacerlo a 20, porque el frío se quita corriendo, pero el calor no se va por mucha agua que te eches encima.
Así que cuando vi en los días previos que se esperaba lluvia para el día de hoy creo que fui de los pocos que se debió alegrar. Salir a correr con frío, lluvia y viento, es decir, los días en los que no encuentras a nadie corriendo por las calles, me hacía sentirme tranquilo: sabía que la lluvia, por fuerte que fuera, no tenía que ser necesariamente un impedimento. Y hacía si cabe que terminar la maratón tuviera un punto más especial por la adversidad que nos tocaría sufrir.
Como no podía ser de otro modo, Juanjo y yo hemos pecado de novatos desde el minuto 0. Además de llegar a apenas 10 minutos de la carrera, nos hemos colocado mucho más atrás del tiempo para el que nos habíamos preparado. Nuestra liebre debía ser la de 4 horas, pero en lugar de eso hemos ido tan atrás que nos hemos colocado en la liebre de 5:30. Y eso, en una carrera con unas 30.000 personas corriendo, 15.000 de ellas pertenecientes a la maratón y el resto a la media maratón, significaba que íbamos a tener que adelantar a mucha gente para situarnos en el ritmo esperado, y que íbamos a tener que acelerar en ciertos tramos más de la cuenta. Para que os hagáis una idea, en el kilómetro 5 nos encontrábamos aproximadamente en el puesto 9.000 (es decir, que llevábamos ya un buen rato adelantando gente) y hemos terminado en torno al puesto 5000. Pero no adelantemos acontecimientos.
La cuestión es que los primeros 7-8 kilómetros se han convertido más bien en una prueba de habilidad más que en una carrera, pero teniendo en cuenta que éramos novatos tampoco era dramático para nosotros, y nos ha servido para ir aumentando el ritmo gradualmente. Ha sido sobretodo en torno al kilómetro 13, cuando se han separado los corredores de media maratón y maratón con ovación mutua mediante, en el momento que nos hemos empezado a poner serios. Ha sido tal la aceleración que hemos pegado, que antes del kilómetro 20 ya habíamos alcanzado a nuestra liebre objetivo de 4 horas, que sin darnos cuenta hemos terminado adelantando.
Entre el kilómetro 16 y el 26 nuestros tiempos han estado incluso mucho mejor de los esperado, todos ellos por debajo de los 5 minutos el kilómetro, y no había cuesta que se nos resistiera. Ahí ha sido cuando he apreciado esos entrenos de cuestas que tanta pereza me daban pero que tan relativamente fácil han hecho las subidas.
Ha sido entre esos kilómetros cuando la lluvia ha empezado a hacer acto de presencia. Primero con pequeñas gotas que refrescaban nuestras cabezas, y luego con un chaparrón cada vez más intenso, pero que han hecho que la carrera fuera cada vez más espectacular. Alguno que nos viera a Juanjo y a mi, con los brazos elevados entusiasmados mirando al cielo con la lluvía cayendo, debían quedar un tanto perplejos. Hay quien pensaría que estaríamos rezando. Han sido probablemente los momentos que más hemos disfrutado.
Pero no todo iba a ser tan fácil. Quedaba la pájara. Después de esos 10 kilómetros intensos mis fuerzas han empezado a flaquear. Mi rodilla izquierda se había resentido por ese esfuerzo en recuperar el tiempo perdido al principio, y he tenido que bajar el ritmo por encima de los 5 minutos. A partir de ese momento, y hasta el final, lo que más he visto de Juanjo ha sido su espalda, ya que me costaba cada vez más seguir el ritmo. Ni los geles, ni los continuos avituallamientos, ni la hidratación constante, servían para que recuperara el ritmo. Entre el kilómetro 28 y el 36 hemos bajado nuestro ritmo considerablemente, a 5:30 el kilómetro, y no había conseguido recuperar las sensaciones de los primeros 25 kilómetros en ningún momento. Aunque había remitido el dolor de rodilla, varios han sido los factores que iban minándome la moral poco a poco. El primero de ellos es el durísimo final de la maratón de Madrid. Entre el kilómetro 34 y el 42 las elevaciones llegan casi a los 200 metros, y eso, tras más de 30 kilómetros en las piernas y 439 metros de elevación acumulada en los kilómetros anteriores, resultaba un hueso duro de roer. A pesar de no tratarse de subidas excesivamente pronunciadas, eran tan largas que llegar al llano nuevamente se convertía en una odisea. Cuando pensabas que ya no podía ser peor, aparecía otra elevación de mayor distancia todavía. Otro de los factores que iba desmoralizándome era ver cómo en cada repecho eran más y más los que no aguantaban y encontrabas andando. Pensaba “Yo puedo ser el próximo en caer”. Pero no solo eso. En mi cabeza pasaba por la mente una idea absurda: “Párate unos minutos para reposar y luego vuelve a la carga”. Y esa idea me ha terminado por vencer cuando quedaban apenas 6 kilómetros para llegar.
Pero por suerte, mis piernas me han mandado un mensaje. He bajado el ritmo y he dado tres pasos escasos andando. En esos tres pasos, que no han durado siquiera 5 segundos, he podido notar una explosión de dolores en las piernas tan fuerte que me he dado cuenta que si paraba simplemente iba a terminar la carrera o bien andando, o bien siquiera terminándola. Andar 6 kilómetros empapado hasta el punto que la camiseta de Lombroso se había impregnado hacía rato en mi piel no parecía muy recomendable si no quería morir de hipotermia. Así que tras esos segundos, he vuelto de inmediato a correr, ahora sí, hasta el final. Sin recuperar en ningún momento las buenas sensaciones, pero ahí sí ya decidido a llegar aunque fuera bajando mucho el ritmo. Prueba de ello la marcan los kilómetros 38 y 39, que he corrido por encima de los 6 minutos. Pero una vez superado ese tramo, y sobretodo alcanzado el 40, he recuperado el aliento. Mientras tanto, Juanjo seguía por delante, a cierta distancia, pero presente prácticamente hasta los últimos dos kilómetros. Cada vez que veía la marca de un nuevo tramo se giraba para decirme lo poco que faltaba, a lo que le respondía con el dedo alzado en señal de “Estoy bien, tranquilo”, cuando en la mayoría de ocasiones pensaba “Estoy hecho una puta mierda, pero oye, voy a seguir corriendo, así que sigue mirando al frente”.
Los dos kilómetros finales han sido mucho menos sufridos, aunque mi deseo de parar se daba incluso en el descenso final. Curiosamente no me he enterado del paso por el kilómetro 41, y eso me ha hecho encontrarme sin darme cuenta con la línea de meta. He llegado a dudar incluso si eso no era un paso previo antes de llegar a meta, pero no, ahí estaba, el final que tan difícil había visto unos kilómetros atrás. Y además, a pesar del bajón final, dentro del tiempo esperado: 3:45:42. La intensidad marcada entre los kilómetros 15 y 25 nos dió margen de sobra para bajar el ritmo. Juanjo pudo terminar sin mayor problema, manteniendo la entereza en todo momento, y llegó en 3:44:09.
Aunque si algo debe calificarse también de meritorio es la presencia de tanta gente animando a pesar del aguacero. La verdad que la fuerza que te daban los ánimos, sobretodo en el tramo final de la carrera, han ayudado sobremanera a superar la dificultad.
En definitiva, no sé si tal y como dicen, correr una maratón te cambia la vida. Pero lo que sí estoy seguro es que el día de hoy será de esos que contaré no pocas veces como un hito en el que me siento muy satisfecho de haber participado.