“En la vida moderna lo superfluo lo es todo”
Oscar Wilde
Hoy nos hemos despertado con lo que a priori debiera ser una buena noticia. El paro ha bajado en febrero en 13.538 personas, y se ha producido un repunte en la afiliación a la Seguridad Social de 96.909 personas. Teniendo en cuenta que en las encuestas del CIS sobre preocupaciones de los españoles el paro viene ocupando en los últimos tiempos una posición más que destacada, no habría que albergar duda alguna que se trata de un dato esperanzador. Sin embargo, creo que el hecho de que esto sea percibido como algo positivo me parece un mal síntoma. Un síntoma de que no hemos aprendido absolutamente nada de esta crisis. Un síntoma de que una vez esa recuperación de puestos de trabajo se acelere, nadie se acordará de lo destructivo que puede llegar a ser el modelo socioeconómico en el que vivimos, que basa todo su funcionamiento en términos de empleabilidad-utilidad de las personas. Porque el drama del paro no sería tal si desde los estamentos políticos se potenciara todo aquéllo que queda al margen de la economía, pero que genera cierta estabilidad a nivel local en el caso de que se produzca un colapso global como el que hemos venimos sufriendo desde 2007.
Sin embargo se ha hecho completamente lo contrario. Se ha hecho todo lo posible por dificultar el funcionamiento de los casales de barrio, los espacios autogestionados y las iniciativas colaboracionistas, y los movimientos de ocupación de espacios públicos abandonados prácticamente son vistos como actos terroristas (al acto mismo, y al que promueve la iniciativa). Nada de esto genera beneficio económico, tan solo social, pero eso no tiene ningún valor para el Estado.
También la marginación a la que se somete todo lo cultural es síntoma de que al contrario de lo que pudiera carecer, vamos por el camino equivocado. Lo improductivo, lo inútil, lo que no genera riqueza, debe ser suprimido del gasto estatal. La evolución de la educación está ya enfocada de tal modo que poco importa que quien recibe esa educación sea una persona. De hecho para muchos sería preferible que fuera un robot, algo que no siente, que no es disperso, que no es desordenado, que no se entretiene con cosas que no son útiles para la economía. La nueva educación odia a las personas.
Pero lo que me parece más triste es que todos nos creamos que el descenso del paro sea una buena noticia. A quien le importa que la condiciones de trabajo sean ahora más precarias que nunca, o que hayan descendido un 13,8% las prestaciones respecto al año 2013 en España. Lo importante, lo vital, lo que nos da vida, es tener empleo, es ser útiles, es aportar nuestro granito de arena al consumo de productos fútiles.
Dice Nuccio Ordine que “en el universo del utilitarismo, en efecto, un martillo vale más que una sinfonía, un cuchillo más que una poesía, una llave inglesa más que un cuadro: porque es fácil hacerse cargo de la eficacia de un utensilio mientras que resulta cada vez más difícil entender para qué pueden servir la música, la literatura o el arte”. En efecto, mientras no comprendamos que lo útil en la sociedad de consumo es inútil y superfluo para el ser humano, y precisamente aquéllo que es inútil y improductivo es precisamente donde nos va la vida, nuestro camino se acerca más a la degradación y la pérdida de todo valor antes que al progreso.
Por eso, como acto de rebeldía, hoy pienso perderme un día más a la divagación y al goce del no hacer.