Uno de los mayores dilemas que tuve a la hora de escribir “Emprender en criminología” fue sin duda el hecho de presentar máximas o consejos a lo largo del libro. Al fin y al cabo no soy nadie como para andar dando consejos ni ahora ni dentro de treinta años. De hecho, denosto los libros que se dedican fundamentalmente a hacer eso. Y la razón fundamental por la que los denosto es porque en realidad la mayor clave para que las cosas vayan por el camino que uno busca es ni más ni menos que el error.
Equivocarse es clave para progresar, y asumir y perder el miedo a cometer esos errores fundamental. Incluso en el hipotético caso de que todos los consejos fueran 100% efectivos y los siguieras a rajatabla, vas a tener que errar en tus decisiones en muchas ocasiones hasta dar con la tecla. Terminamos entonces en el tópico de que la experiencia es la clave, pero porque ciertamente así es.
La particular metodología que propongo a lo largo del libro no es más que mi metodología, la que me gusta seguir y la que me ha ido bien hasta ahora. Pero nadie más que uno mismo conoce plenamente el escenario en el que se encuentra para saber el mejor modo en el que debe moverse. Es difícil que un método sea aplicable en todas las situaciones y en todas las personas. Es más, es difícil que el método sea aplicable en una sola persona.
Lo que sí buscaba precisamente mostrando esa metodología es servir como antiejemplo. Haciendo lo que se supone que no debes hacer, saltándote los pasos y pisoteando las normas preestablecidas, riéndote del protocolo, y sobretodo manteniendo tus convicciones por encima de todo lo demás, es posible sobrevivir. No es fácil, pero sí posible. Sé que muchas de las cosas que digo y critico me pueden cerrar puertas y son contraproducentes para mi futuro profesional, pero son puertas que directamente no me interesa abrir.
Los formalismos y lo políticamente correcto me suelen provocar arcadas. Se trata de una esfera en la que la autenticidad de las palabras y las opiniones pierde todo su sentido porque se mueve completamente por intereses que se ocultan. Algo falla cuando lo que predomina es la mentira y las medias tintas con tal de obtener algo a cambio. Una cosa es ser egoísta o estratégico y otra cosa muy diferente mentir como bellacos, o peor aún, callar como bellacos para alcanzar un status socioeconómico mayor.
En este sentido, valoro mucho casos cercanos de gente que antepone su opinión y sus convicciones por encima de los perjuicios que ello les pueda provocar. Hablo de personas como Ernesto Pérez Vera, que no tiene miedo de expresar la falta de preparación policial en el uso de armas de fuego o de denunciar malas prácticas de compañeros de profesión (un ejercicio fundamental y muy sano); de Virginia Domingo, que no tiene problema alguno en incomodar a diestro y siniestro, anteponiendo la fidelidad de su modo de pensar, o de Wael Hikal, que sabe bien que sus opiniones, y sobretodo la virulencia con la que las expresa (que como ya sabe, en ocasiones no comparto del todo), le provocarán muchos más enemigos que amigos, y muchos más disgustos que beneficios. Pero todos ellos trabajan para llevar su verdad (que no la verdad) por delante de amistades estratégicas y falsedades.
Al final, todos cagamos mierda por igual, pero solo unos pocos se atreven a expresarlo públicamente.